El loro gris que superó hasta a los estudiantes de Harvard
Los loros son unos pájaros endemoniadamente listos.
Si te has quedado con la idea de que solo son pájaros imitadores, es que no conoces el trabajo que en su día hizo Irene Pepperberg con Alex, un loro gris africano con una personalidad arrolladora, que dejó perplejo al público por su inteligencia.
Mi colega Biotay nos habló sobre este peculiar loro cinco años después de su muerte (nos dejó en 2007 dejando incluso su propio perfil en Wikipedia) en una charla de 2012 que nos dejó boquiabiertos.
Hacía bastante tiempo que no había vuelto a oír hablar de Irene Pepperberg, icónica psicóloga experta en el comportamiento animal e investigadora en la universidad de Harvard, que incluso llegó a escribir un libro sobre su relación personal con Alex.
Tal vez por eso, estos días al hojear la publicación interna de la afamada universidad de Cambridge, Massachusetts (llamada Harvard Gazette) he experimentado un punto de placer al volver a saber de ella y de su trabajo, al tiempo que he comprobado que uno de los loros que vivían subyugados por la tiranía de Alex (llamado Griffin) se ha convertido en algo así como en el heredero del trono.
En un vídeo superior se puede ver a la veterana investigadora interactuando con Griffin, un loro gris africano, en una versión más compleja del clásico experimento de adivinar la ubicación de la bolita escondida bajo un vaso en movimiento.
La idea era comparar la memoria visual del loro con la de 21 adultos (todos ellos estudiantes voluntarios de Harvard) y con la de otros tantos niños con edades comprendidas entre los 6 y los 8 años de edad.
Como digo, en el experimento se había añadido cierta dificultad.
Bajo cuatro vasos, se colocaban otros tantos pompones de colores, que luego podían moverse entre 0 y cuatro veces.
Más tarde, el conductor del experimento mostraba un pompón de un color dado al participante, que debía adivinar entonces bajo que vaso se encontraba el del mismo color, levantándolo con sus manos. (Obviamente el loro lo hacía con su pico).
Se pedía a los participantes que adivinaran la posición de 2, 3 y hasta 4 pompones.
Los adultos y Griffin realizaron la prueba 120 veces, los niños solo 36.
La idea del experimento era poner a prueba la habilidad del cerebro para retener recuerdos de objetos que ya no están a la vista, y el modo en que esta se actualiza cuando se enfrenta a nueva información (como la aportada por un cambio en las ubicaciones de los vasos).
A este sistema cognitivo se le conoce como memoria visual de trabajo y es uno de los fundamentos del comportamiento inteligente.
¿Resultado? Griffin superó a los niños en todos los niveles, e igualó (o superó ligeramente) a los 21 estudiantes de Harvard en 12 de las 14 pruebas efectuadas.
No está mal para un “cabeza de chorlito” ¿verdad?
Para el investigador de postdoctorado Hraig Pailian, ideólogo del experimento, los resultados simplemente son “asombrosos”.
Por citar sus propias palabras: “tenemos estudiantes que se concentran en aprobar sus carreras de ingeniería, medicina, etc. y el loro simplemente les pateó el culo”.
Claro que en su descargo podemos alegar que Griffin no es un loro cualquiera, sino la estrella emergente de los últimos años en investigación sobre psicología animal.
Algunos de esos trabajos demostraron que era más inteligente que el típico niño de 4 años, y al menos tan listo como un niño de entre 6 y 8 años.
Suponemos que ahora, además, se habrá ganado la enemistad de un puñado de alumnos de graduado en la prestigiosa universidad de Harvard.
¿Cómo es posible? Bien, los loros ciertamente tienen un cerebro pequeño, del tamaño de una nuez, pero su densidad neuronal es asombrosamente alta, lo que prácticamente les iguala en rendimiento cognitivo a los grandes primates (a excepción de los humanos).
Y es que al igual que nosotros, los loros pueden abstraerse y trabajar con las imágenes de los objetos que atesoran en su memoria visual.
La idea ahora es descubrir desde cuando existe esa habilidad en el reino animal.
El ancestro común que tenemos con los loros se retrotrae a la era de los dinosaurios, hace más de 300 millones de años. ¿Implica esto que algunos dinosaurios no eran tan estúpidos como se cree? ¡Quién sabe!
En fin, todo este asunto fascinante de la inteligencia de las aves me ha recordado a la hipótesis dinosaurioide, que Dale Russell lanzó a comienzos de la década de 1980.
¿Cómo habrían sido los seres inteligentes en lo alto de la cadena evolutiva del planeta, si el asteroide fatídico no hubiera barrido a los dinosaurios hace 66 millones de años?
Me temo que ni siquiera Griffin tiene respuesta para eso. /Yahoo Noticias
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